Libertad. Levantarse a cualquier
hora, caminar sin rumbo fijo, sin destino, sin objetivo, sin prisas ni
presiones. Respirar profundamente. Rodearse de naturaleza. De parajes naturales
mágicos. Lamentarse del agua que no llegó este año en pantanos medio vacíos.
Comer rico. Dormir sin preocupaciones. Reír con ganas. Leer sin prisas. Pensar.
Atreverse a soñar y proyectar para el futuro. Reflexionar sobre otras formas de
vida posibles. Conducir de pueblo en pueblo, y entre piedra e historia sentirse
diminuta y feliz. Humildemente humana frente a tanta belleza arquitectónica y
natural. Recargar energías. Paladear la sencillez. Estar tan bien acompañados y
cálidamente acogidos por personas que nos quieren. Hablar con gente que sabe y
conoce, de la tierra, del campo, de los oficios de siempre que desaparecen.
Lamentar las jubilaciones de artistas y artesanos, de tanta riqueza cultural
perdida en un mundo donde el tiempo invertido, el cariño, el talento, lo único,
no sirve ni cuenta. Donde todo se fabrica en serie, rápidamente y de forma
industrial. Escuchar, escuchar mucho. Conversar con calma sobre política, sobre
la vida, sobre historias cotidianas pero valiosas. Conocer a gente que un día
cambió su vida y sus prioridades y que vive en mitad de la nada teniéndolo todo.
Conocer y compartir con gente que mantuvo su vida de siempre contra viento y
tempestades. Escuchar historias sobre tradiciones antiguas. Pasear buscando
fósiles, restos marinos entre montañas secas. Impregnarse del olor de lavanda y
otras hierbas aromáticas que crecen libres perfumando la montaña. Lamentarse
frente a árboles quemados por culpa de manos humanas, maravillarse de la
convivencia de viñedos y pinos en armonía. Sorprenderse ante pueblos anclados
en montañas escarpadas. Visitar castillos, murallas, ermitas. Aprender y
entender un poquito más de tanto que desconocemos. Y contagiarse de la ilusión
y el conocimiento de la gente como mi tío Juan, que a pesar de haber emigrado
no pierde el amor por su pedazo de tierra, con valiosas anécdotas e historias
de cada lugar, con gente como mi tía Tere, dispuesta a ilusionarse, aprender y
a reír continuamente, ambos con esa energía y fortaleza para vivir. Amigos como
Mariscal y Meli, que construyen su
familia y su vida con sus valores y amor a pesar de las adversidades. Atreviéndose
a defender lo suyo a pesar de las diferencias. Aprendiendo y creciendo siempre.
Con esas dos niñas maravillosas, curiosas, buenas y generosas como sus padres. Gracias
a todos ellos que nos han permitido compartir sus vidas unos días. La fortuna
de tener buenos familiares y amigos y de compartir con ellos estas vacaciones
nos ha dejado el alma sembrada de buenas emociones y momentos. Hermosas
vacaciones en Teruel, que no sólo si existe, sino que es maravilloso.
Acoger, y sentirse acogida.
Aprender. Reír. Conocer. Conversar. Escuchar. Serenarse. Soñar. Han sido sin
dudas unas vacaciones estupendas.
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