Hace tiempo
que vivimos lejos. Hace ya años en realidad. Hace tiempo que dejamos de ser las
jovencitas que éramos entonces. Un chico nos dijo en aquella época por carta
que esperaba que nadie se aprovechara de dos chicas tan jóvenes, generosas e
idealistas. Escribíamos y leíamos esas cartas en una cafetería. Hoy ese chico
es su marido y el padre de sus hijas. Cosas importantes como esa, como el amor,
descubrimos y compartimos juntas. Compartimos sueños, solidaridad y muchas complicidades. Era una de mis voluntarias estrella, alguien con la responsabilidad y la ternura necesaria para curar y cuidar de cualquier alma herida.
Han pasado
muchos años, no estamos continuamente conectadas, vivimos alejadas y apenas usa facebook ni
internet, pero puede llegar su llamada telefónica en el peor día del mundo. El
día que esté a punto de desmoronarme y de perder la fe, el día que el ser
humano me decepcione con su mezquindad, el día que me sienta desanimada o
herida, ella aparece para reconfortarme y reconciliarme con la vida. No es
necesario que diga o haga algo especial, es suficiente escuchar su escucha,
sincera y generosa, y sentir su corazón aún a distancia, puro y entregado como
siempre. Su fe y esa bondad que no desfallece nunca. Esa forma tan genuina y humilde de
vivir y de sentir. Esa generosidad tan desprovista de intencionalidad.
Escucharla convierte un mal día en un día extraordinario.
Siento la
necesidad de escribirla cuando algo importante pasa en mi vida. Y sé que ella
estará apoyándome, aunque haga meses o años que no nos veamos. Como si el
tiempo no pasara para ciertas cosas, y fuéramos aquellas dos chiquillas
entusiastas una y otra vez la una para la otra. Ella sabe también que podrá
contar conmigo siempre. Que siempre que esté en riesgo o me necesite, tomaré
mis escasas pertenencias para plantarme a su lado y ayudar a disminuir su
dolor. Y la verdadera amistad, creo yo, se parece a esto que tenemos, a saber
que hay alguien que acariciará y serenará tu corazón siempre que lo necesites
como un bálsamo, y que te acompañará en los malos y en los buenos trayectos sin
cuestionarte ni abandonarte nunca. Que reirá tu risa y llorará tus lágrimas como si fueran propias. Porque el amor incondicional en la amistad
también existe. Y ambas sabemos que pase lo que pase, nos queremos y nos
querremos siempre. Soy afortunada de tenerla en mi vida. Es de una pasta que ya
no se fabrica, como un ángel de buenas intenciones que contrasta en el mundo
actual. Hay que frotarse los ojos varias veces para creérselo, pero doy fe de
que es real. Increíblemente real. Tierna, sensible, dulce y emotiva como nadie.
Real. Increíblemente real.
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