domingo, 25 de marzo de 2012

Un mal libro y muchos buenos recuerdos



Todo el que me conoce sabe que soy una persona tremendamente nostálgica. No es que viva sumida en una tristeza continua ni pensando siempre en el pasado, pero hay muchos pequeños recuerdos, a veces de cosas muy insignificantes, que se quedan anclados en mi, y reaparecen de forma imprevista y enriquecen las vivencias de mi presente, enlazándolas con mi pasado.

Este fin de semana, tumbada en una playa, disfrutando de un sol radiante, constaté que no había elegido un buen libro para mi mañana soleada, y recordé con nostalgia una playa chilena donde un vendedor ambulante ofrecía libros usados (como quien ofrece helados o bebidas). Aquella playa, en un humilde y tranquilo pueblo de pescadores, fue un destino repetido en nuestra época en Chile, y todas las veces aquel señor enriquecía las vacaciones con lecturas diversas e interesantes. Esta semana en
la playa añoré a aquel caballero, vendedor ambulante de libros, que aportaba tanto sentido a mis jornadas de sol y descanso.

Y recordé entonces aquella cabaña sencilla de madera en la que nos alojábamos en aquel lugar, anclada en la arena, desde donde caminábamos escasos metros y tocábamos el mar con nuestros pies desnudos. Y me reía a carcajada limpia del concepto “1ª línea de mar” en los alojamientos españoles.

Y recordé un fin de año que pasamos en esa cabaña (el fin de año en Chile es en plena época estival, con sol radiante).

Y así recordé a mi querida amiga que me recomendó aquella playa por su sencillez y autenticidad, desprovista de ornamentos o artificios.

Y anduve pensando en mi amiga, en Chile, en la cabaña de la playa, en el vendedor ambulante… y todo por la elección de un mal libro de lectura. No quiero contar la cantidad de cosas en las que pienso, sueño o reflexiono cuando escojo un buen libro.

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