Muchas veces en la vida hay personas que se acercan a nuestra ventana. Son desconocidos, y
por eso no se acercan a nuestra puerta. Golpear una puerta exige tener la
confianza de que se abrirá, y a veces tememos el rechazo. De hecho en ocasiones
ni siquiera sabemos a qué puertas tocar. A veces las personas pasean solas
durante horas. Cuando observan alguna ventana entreabierta se acercan para ver
quien hay y saber si pueden entrar. Las ventanas no sólo las tenemos en
nuestras casas. También las llevamos con nosotros, en el metro, al trabajo, en
el supermercado. Podemos abrir nuestras ventanas, a veces con una sonrisa, a
veces con un gesto amable, a veces con una palabra cordial. A veces únicamente
con una mirada. Pero con la misma rapidez que abrimos nuestras ventanas,
podemos cerrarlas. Incluso podemos permanecer largo tiempo sin abrirlas. De
hecho hay gente que no las abre prácticamente nunca. O que miran a esas
personas acercarse pero no ven o entienden que quieren entrar. Por mucho tiempo
que llevemos sin abrirlas puede suceder cualquier día, ante una pregunta, ante
una sonrisa, ante un niño… Hay personas que llevan semanas, meses e incluso
años buscando ventanas abiertas. Pero no las encuentran. A veces no saben que
encontrarán si atraviesan la ventana. A veces obtienen sólo calidez, otras sólo
esperanza, algunos sólo alegría, tras algunas ventanas hay buen humor, en otros
lugares hay comprensión, y en otros afecto. En algunos es sólo una charla, o un
café caliente. Tras algunas ventanas hay hogueras que prenden corazones, y en
otros lugares hasta amistad. Siempre que
las ventanas se abren para recibir y ofrecer, la persona sigue caminando y buscando.
El oasis de cada ventana otorga la fuerza necesaria para seguir recorriendo el
desierto. La aridez del camino queda poblada por la esperanza de encuentros
tenues pero luminosos, sinceros y humanos, que si existieron, pueden volver a
repetirse, con igual o mayor intensidad. Pero a veces las personas caminan y
caminan, y no hallan ventanas abiertas, un lugar simple donde cobijarse, un
calor suave para el corazón. Y dejan de tener esperanzas, y siguen caminando
solos para siempre. Quizás tu ventana sea la última a la que se acerquen antes
de desistir en la búsqueda. Nunca sabemos cuán importante somos para las
personas con las que nos cruzamos. Sean aves de paso o formen parte de nosotros
para siempre. Quizás alguien llevará una cálida sonrisa que se encontró en tu
ventana, que ofreciste sin mayor trascendencia, y la guardará como un valioso
regalo, que le anime en los momentos tristes. Una sonrisa puede durar unos
segundos, pero iluminar el trayecto de alguien durante meses. Incluso los
recuerdos de ventanas pasajeras hacen la vida más transitable. Pero lo mejor de
abrir las ventanas, es que no es posible ofrecer sin más, y en cada visita que
te hacen, el hogar queda más acogedor y confortable para el que se marcha, pero
también para el que se queda. Las enseñanzas, las dudas, las confianzas, los
miedos… todo lo que nos aportan nuestros visitantes, hacen que cada día
tengamos más para ofrecer, al resto y a nosotros mismos. Al abrir nuestras
ventanas o al acercarnos a otras dejamos que los demás construyan pedacitos de
nosotros, y ayudamos a los demás a construirse. Si mañana alguien que no tiene
mi rostro se acerca a tu ventana, no digas que no le conoces, yo te avisé de su
visita. Llevo mi ventana abierta, y soy afortunada porque cada día se abren
ventanas para mí. Y les ofrezco lo que soy: aquello que tú me ayudaste y me
ayudas a construir.
Tenemos todo el blog lleno de ventanas, ¿Esto no será publicidad encubierta de Windows?
ResponderEliminarBromas aparte, muy bonita la entrada.